quiensoy
Me llamo Ricardo Royo-Villanova, y desde que tengo uso de razón me atrae Rusia. No les puedo explicar por qué, porque no lo sé. Mi primer recuerdo sobre Rusia se remonta a los años de Breznev: debía ser en 1975. Lo sé porque transcurre en el descansillo de la casa de mi abuelo, que murió en julio de ese año. Estábamos mis padres y yo, que tendría entre 6 y 7 años, esperando el ascensor. Mis padres hablaban sobre algo relacionado con la Unión Soviética, pero se referían todo el rato a Rusia, así que les enmendé la plana:

– No es Rusia, es la Unión Soviética, de la que forma parte Rusia, les dije mientras abría la puerta del ascensor.

Mis padres me miraron como hubieran mirado al mismísimo cocodrilo Gena, si en ese momento hubiera salido del ascensor con su sombrero y su acordeón. Yo no tengo la menor idea de dónde saqué ese conocimiento tan extraño para un niño de siete años de una familia franquista, pero lo cierto es que estaba en alguna parte de mi cabeza y de alguna forma tuvo que llegar allí.

Ya les digo que mi familia no era especialmente prorusa; antes bien, al contrario, no olvidaban que la URSS había sido el principal apoyo internacional de la democracia española, y no la veían con muy buenos ojos.

Yo les salí rana, en muchos sentidos, y me hice rojo y rusófilo. En seguida me puse a estudiar el idioma de Rusia: mientras mis amigos y compañeros del colegio se apuntaban a la Escuela de Idiomas o al British Institute, siempre a estudiar esa lengua de monosílabos sin reglas que es el inglés, yo me matriculé en primeo de ruso en la Escuela Oficial de Idiomas. Me encantaba hacer los ejercicios de ruso en los descansos entre clase y clase en la universidad. El alfabeto cirílico le daba al idioma que estudiaba el raro de la clase un plus de misterio.

Eran los años de Gorbachov. Mi profesora en la Escuela de Idiomas se llamaba Tatiana, era rusa de padre español, y admiradora de Gorbachov, al que consideraba continuador natural de Jruschev. El método con el empezábamos los estudios de ruso en la Escuela de Idiomas a mí me parece hoy un poco raro, pero lo cierto es que me ha permitido leer y me ha dado cierta seguridad con la gramática. Nos pasamos casi todo el primer curso escuchando textos en ruso, y tratando de escribirlos. Así, acabábamos el curso sin entender una palabra, pero escribíamos lo que oíamos.

A Tatiana le gustaba usar grabaciones de Gorbachov, así que «Дорогие друзья и товарищи- «dorogíye druzyá y tavarischi», es decir «queridos amigos y camaradas»- fue una de las primeras frases en ruso que se me hizo absolutamente familiar. El segundo curso fue un intensivo de gramática rusa. Estudiábamos mucha gramática, hacíamos muchos ejercicios, pero hablábamos muy poco, y sólo escuchábamos a nuestra profesora, cuando leía los ejemplos gramaticales. Las clases eran en español, porque lo que buscaban era que domináramos la gramática. Y en tercero empezamos a escuchar mas textos, a analizarlos, hacer ejercicios de comprensión, es decir, nos zambullimos más en el estudio del ruso, que era lo que yo buscaba. Tuve que dejarlo al final de tercero, porque me fui a vivir a Valladolid y allí no había donde estudiarlo en aquel a época. No pude ni examinarme.

Casi 20 años después recuperé el estudio del idioma en la Fundación Pushkin de Madrid. Me hicieron un examen de nivel, para ver en qué curso entraba, y decidieron que lo mejor era que empezase de nuevo en primero. Se me había olvidad todo. Y eso hice.

Las clases en la Fundación Pushkin eran completamente diferentes: allí, según entras -está en un piso de Madrid- es como si entraras en Moscú: el idioma que se usa en las clases, y en los pasillos, generalmente, es el ruso. Recuerdo a Emilia Ballesteros, mi profe de primero en la Fundación, moscovita de padre español, hablando en ruso a los sorprendidos alumnos de primero desde el primer momento. Poco a poco mis conocimientos de ruso, que estaban enterrados en el subconsciente, fueron brotando y me costaba todo mucho menos que a mis compañeros. La gramática retornó, y mi lectura era fluida. En la Fundación Pushkin estuve los seis años siguientes, en clases en grupo y particulares, con mis dos profesoras: Zhenia Shakalova y Zhenia Bulatova, y a ellas, junto a Emilia, debo el haber recuperado los conocimientos perdidos, y haber aprendido mucho más ruso de lo que se aprendía en la Escuela de Idiomas, porque estudiar con ellas era, realmente, sumergirse en el ruso. Era como estudiar en Moscú o San Petersburgo.

Durante los últimos años he ido varias veces a Rusia, he podido practicar el idioma y he descubierto que los rusos hablan muy bajito y muy deprisa. Es como si no quisieran que les entendiera quien no debe hacerlo. Y esa es mi gran laguna: el ruso hablado. Etiendo un artículo de prensa, pero si ese mismo artículo lo lee un presentador del telediario, no pillo nada. Por eso, he decidido pasar a una nueva etapa: escuchar y hablar, tratar con rusos, que eso es algo que las redes sociales nos permiten hacer ahora con mucha facilidad.

Creo que, en España, ya no puedo aprender más ruso del que sé, porque lo que me falta es utilizarlo de manera cotidiana, que es como se interiorizan las normas gramaticales que se conocen y se comprenden, así que hace un par de años me puse a traducir canciones, con varios objetivos: ejercitar el oído y la pronunciación, mejorar el vocabulario, y practicar de alguna forma el idioma. Al principio no las publicaba, pero veía que a la gente le interesaban, y empecé a ponerlas en mi blog personal -que se llama «a Sueldo de Moscú», por cierto-. Ahora, he decidido reunirlas en esta web, siempre con la advertencia de que no son traducciones profesionales, sino amateur, y que las utilizo para aprender -y para dar rienda suelta a mi rusofilia-, por lo que cualquier corrección es bienvenida, agradecida, e incorporada a la traducción.

Valdezate, Burgos, España, julio de 2015